VIAJE AL ÉSTE

Adrián Eleuteri
3 min readApr 19, 2022

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Como de niño mi sueño era ser cosmonauta, quiero recordar, ante quien tenga la desgracia de caer en esta lectura, que hoy se cumplen 61 años desde que Yuri Gagarin realizó aquel extraordinario viaje de 108 minutos por el espacio exterior. Abordo del Vostok 1, suspendido a una altura de 315 kilómetros y mirando la soberbia majestad del mundo, el soviético pronunció estas palabras importantes que todavía hoy nos hacen reflexionar: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”. Una frase llena de sentido, sin duda.

Ahora bien, atravesemos un portal cuántico sólo explicado con la Teoría de la relatividad para volver a la Tierra en ese momento, pero muchos años después, y atestigüemos el primer viaje largo en motocicleta de un sujeto a través de territorios mayestáticos, de paisajes inolvidables, a veces áridos, a veces tupidos de verdor, aves y humedad tropical, pero siempre bajo el fulgor de un ojo incandescente que a momentos se desparrama sobre el cielo en forma de violentos trazos ultravioletas, rojos y rosados. Con esto en mente, miremos a nuestro viajero llegar a su destino, apagar motores, desdoblar con el talón la varilla de la motocicleta, describir un arco y peinar el aire con los músculos posteriores de la pierna al descender de la máquina, desabotonarse el casco, descubrir su rostro, pasarse los dedos por los cabellos, dar unos pasos, inhalar, exhalar, hincarse un momento y volver a erguirse al echar la vista atrás sólo para decir esas palabras espontáneas, involuntarias y, sin embargo, profundas, valiosas, plenas de significado que su alma fue fraguando a lo largo ese viaje en el que no faltaron vicisitudes ni momentos de serena o vertiginosa epifanía. Vaya, amigos, cómo se confundió cuando las dijo, nunca supo, ni ahora sabe a ciencia cierta, qué extraños mecanismos encajaron sus engranajes en otros hierros todavía más complejos para abrir compuertas que le dejaran paso libre a esa frase. Ahí lo tienen, miren cómo gira su torso, cómo gira el tronco inferior después y posa orgulloso sus nudillos en la cintura luego de haber cumplido la primera parte de la travesía, miren cómo le brotan las palabras de los labios de una forma tan natural mientras, reflexivo, observa el paisaje y trata de entender lo que acaba de ocurrir. Sí, va a murmurar algo, ya despegó los labios, aquí viene:

–El paso del mono… sen-sual…

Ah, la vida tiene enigmas que es mejor no desentrañar. El punto de todo esto es que, por equis y ye, me alegra haber sido biker y no cosmonauta. Aunque, por otro lado, de haberse dado el caso, hubiera sido glorioso ser el primero en arribar a otro planeta y, sin tener un discurso preparado, pronunciar ante la atención de millones de seres humanos (quizá también de otra especie) y para la posteridad lo siguiente:

«De Iztapalapa… para el mundo».

Al final de la frase, en un claro homenaje al legado de la inocente y valerosa cosmonauta Laika, agregaría la palabra «perros».

El hubiera no existe, pero lo acabo de hacer valer.

Lanzo esta cápsula de tiempo al espacio. Pido disculpas de antemano.

Escrito: 12042022.
Fotografía: 2015.

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